La Cautela. Voy a empezar a perder el miedo a perder.

Darse por aludido es uno de los actos más grandes de egocentrismo que uno puede llevar a cabo. Eso de ver un ataque personal donde sólo hay una casualidad o un pensamiento suelto, esa ofensa tomada que no es tal, un creerse que el mundo conspira contra ti. Y la vergüenza que da después de pensarlo medio minuto. Es terrible.

Por un lado, sé que por aquí peco mucho de buenismo, hago poca crítica y mucho menos demuelo sin ton ni son. Es algo que me han comentado alguna vez, y lo tomo como lo que es: la verdad. No sé si es malo, probablemente sí, demuestra quizá una falta de capacidad de análisis enorme, pero también la intención de evitar la disputa, la polémica, las meteduras de pata y el mal rollo. Por otro, no tengo ninguna intención de convertir mi espacio en una colección de odios indiscriminada. Sin embargo, pienso que debería dar el paso y empezar a dejar claro lo que no me gusta, argumentarlo (o no) y dejar las cosas claras. Y con cosas claras no me refiero a ser sincero tipo concursante de Gran Hermano, que confunde mala educación con honestidad. Me refiero a hablar más de lo que me molesta, de cosas feas, de abandonar esta asepsia que en demasiadas ocasiones inunda estos lares.

El origen de esto está en un movimiento con la cautela por bandera que he detectado en los últimos años como reacción a la sobrada general que es internet, que nació como el lugar en el que todo valía, en el que el más gritón, desagradable y sincero-gran-hermano era el más admirado y que se ha mantenido en esa actitud agresiva. Muchos nos cansamos de esto, de andar peleándose con desconocidos, de ladrar sin parar de cosas que, al fin y al cabo, si no te gustan no deberían interesarte, y algunos hemos evolucionado hacia una forma de hacer que incluye hablar en código, guardarse opiniones por las posibles respuestas (que, de hecho, casi nunca llegan cuando te atreves a EXPRESARTE), decir «hablaría de esto, pero me voy a callar»… En fin, un coñazo. Esta cautela, que practico cada día hasta el punto de no considerarla ni un esfuerzo ni nada fuera de lo común, no puede ser buena. Nos convertirá a los que la practicamos en trozos de carne sin nada que decir, sin fallos ni cosas de las que arrepentirnos. Y sin éxitos ni alegrías. Y yo no quiero eso.

Sé que no lo conseguiré, al menos de momento, y seguiré dejando tuits crípticos en los que no decir nada será la única ley, escribiendo entradas en este blog sin meterme a contar la mierda real y quejándome amargamente de todo sólo ante las personas en las que realmente confío. Que no está nada mal. Pero no explica exactamente quién soy. Estaría encantado de perder el miedo. De saber enfrentarme a los que no piensan como yo sin alterarme. Y eso sólo se puede conseguir HACIÉNDOLO. Tengo que trazar un plan.

Y ahora cierro con una ordinariez muy gorda, pero mira, un paso para comenzar a hacer lo que me salga del coño leroño. Con una canción que ilustra el título de la entrada y que explica toda esta mierda mucho mejor de lo que lo he hecho yo. Elijo esta versión en directo porque estuve ahí y es uno de los mejores conciertos que he visto de Fangoria.

PD: Todo esto, escrito deprisa y corriendo, sin meditar, se me ha ocurrido después de conocer la programación de la sala que ha tomado el relevo de NASTI. La nueva sala Maravillas es lo peor que le podía pasar a Madrid. Una programación mil veces vista, DJs que podemos ver día sí día también en cualquier lado y la desaparición sin remedio de todas las sesiones realmente chulas, modernas y que aportaban algo (algo, bueno o malo, pero ALGO diferente) a las noches de Malasaña.

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