Vacaciones de un minuto

Este año mis vacaciones son algo extrañas. La falta de liquidez y la selección de días en unas fechas raras (tuve que decidir mis fiestas en marzo) han acabado en 3 periodos vacacionales durante el verano. Los dos primeros ya han terminado, y los dos han tenido como destino Madrid, pero han sido bien diferentes. Mientras en julio mi visita fue larga, sin planes y algo salvaje, esta vez me encontré con que mis escasos 6 días en la capital coincidían de pleno con las Jornadas Mundiales de la Juventud. Así que a las clásicas visitas a la piscina, el Taco Bell o el Tiger se han unido mi presencia en la manifestación contra el dispendio de la instituciones ante el evento y el hecho de vivir en un constante festival de música masivo, no he visto una calle vacía en toda la semana.

El fin de semana anterior a las JMJ todavía estaba en Barcelona, lo que supuso cruzarme y soportar a las masas de turistas que hicieron parada técnica en la condal antes de continuar hacia la meseta. No me meteré en discursitos ni en polémicas respecto a la manifestación (y contramanifestación ilegal que nadie de la organización de las JMJ ha condenado), pues los vídeos, entradas de blogs, declaraciones y noticias de los últimos días hablan por sí solos, pero sí contaré que el supuesto respeto de estos visitantes se evaporaba tanto en Barcelona como en Madrid. No quiero imaginarme cuál sería la reacción de cualquier viandante o fuerza de seguridad si yo cogiera un megáfono un domingo a las 00:30 y me plantara en la Plaça Gaudi, enfrente de la Sagrada Familia, a cantar tonadas religiosas. No sé qué me pasaría, pero puedo afirmar que si eres italiano y vas vestido de JMJ, la respuesta es: NADA.

Lo mismo ocurrió en Madrid. El metro ha sido el escenario principal de un escándalo sin precedentes, en el que los madrileños se convirtieron (por tiempo indefinido, ya que el abono reducido es válido a pesar de haber caducado) en ciudadanos de segunda a favor del turista católico. He podido leer varios testimonios de conocidos y amigos a través de Facebook y Twitter que afirman que la seguridad del Metro de Madrid ha sacado a gente para que pudieran entrar los JMJs, que ha intentado acusar a los que no tenían abono turístico especial de colarse o que simplemente recibían miradas de sospecha por no mostrar en público algo que debería ser privado. Por mi parte, he utilizado el metro lo menos posible estos días, y no he sufrido nada grave más allá del mal olor que mana de alguien que se pone la misma ropa durante varios días seguidos.

Pic de Alber

De alguna manera, he conseguido abstraerme y evitar al máximo las confrontaciones, pero algo ha habido. Al final, me quedo con el viaje en coche con amigos, la piscina de toda la vida, los nuevos locales de Madrid (maravillosos The Wall y el nuevo Pizza al Cuadrado de Ballesta, con mesas y bebidas) y las paradas obligatorias de cada viaje a Madrid: cortarme el pelo en Corta Cabeza (si te lo corta Dani mejor que mejor), pinchar en Al Laboratorio, tomar unas cañas con las McKenzies, disfrutar de mi sobrina y mi familia, enredar un poco por las tiendas de Malasaña…

También he tenido tiempo para pensar algunos temas para el blog y descubrir algún que otro candidato para la sección Tiene/No tiene. Y para echar de menos Barcelona, a pesar de que este agosto está siendo húmedo, muy caluroso y algo impracticable por culpa de los cortes en los trenes. Eso sí, aterrizar a las 10 de la mañana y unas horas más tarde estar comiendo con amigos frente al mar de Montgat es algo que no se paga con dinero, son años de vida gratis, salud mental y física. Y descubrir que el verano nos separa, pero que también nos prepara para volver a unirnos en septiembre, es una sensación maravillosa.

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