En el instituto con Arcópoli

Esta entrada debería haberse escrito y publicado en octubre, que es cuando ocurrió lo que se cuenta. Pero no quería quedarme sin contarlo y me ha gustado mucho recordarlo. También aprovecho para pedir perdón por la foto tan cutre que preside la entrada, pero es la única que hice aquella mañana en Madrid. ❤

 

 

Cuando estaba en el instituto (finales de los 90) pillaron a dos compañeros fumando porros en el recreo. El profesor de religión y la profesora de ética decidieron unir las clases en un evento especial y nos pusieron Trainspotting. Cuando terminó, el hasta entonces apacible y buena onda profesor de religión miró a los dos alumnos pillados y les gritó: «ASÍ VAIS A TERMINAR SI SEGUÍS FUMANDO PORROS». Esa es prácticamente toda la educación cívica que recibimos por parte del sistema público. Ya no es que no nos enseñaran a hacer una declaración de la renta, es que ni siquiera nos comentaron cuáles eran nuestro derechos, deberes, privilegios u obligaciones según la Constitución. Nada. Ni una voz discordante, ni una perspectiva múltiple sobre la realidad. Lo único fue PORROS=HEROÍNA Y MUERTE.

Uno no sabe a ciencia cierta si las cosas han cambiado. Al menos hubo un gobierno que intentó educar en el civismo y la libertad, pero eso ya son tiempos pasados, ahora mismo se valora más saberse los diez mandamientos que aprender respeto y enseñar las diferentes realidades que se viven. Tengo la suerte de tener una amiga, Ana, que es profesora en un instituto de Madrid y nos relata cosas desde su propia experiencia. Por eso, me llenó de emoción cuando el pasado octubre me invitó como oyente a unas jornadas que había organizado en su centro junto a la asociación Arcópoli.

Arcópoli, recordemos, es la asociación que más está haciendo por el colectivo LGTB* en Madrid. Hacen recuento de agresiones, dan apoyo a los agredidos, hacen campañas constantemente y son abiertos, plurales, poco sectarios y muy con los pies en la tierra. Además, lo que empezó siendo una asociación universitaria, ha acabado haciendo labores que muchos creíamos que ya cubrían las de toda la vida. No me voy a explayar mucho, ya lo hacen (y muy bien hecho) en Estoy Bailando, que informan puntualmente de todo.

El día no pudo ser mejor. Yo iba con el típico prejuicio de viejo, pensando que los adolescentes (los chavales están entre los 12 y 14 años) eran unos insensatos y que en un tema así habría risitas, pasotismo y, por supuesto, mucha ignorancia y ofensa. Y nada que ver. Una lección estos chavales. No está de más comentar que yo asistí a una de las varias charlas que dieron esa mañana en el instituto y el grupo que yo vi, según mi amiga, era el que más inquietud le provocaba. Cuando terminó, ella estaba hasta orgullosa de lo creativos y majos que habían estado. Ana, conociéndome, también me puso en antecedentes cuando llegué, para que no me pusiera muy tiquismiquis: la sesión que yo vería la impartían 3 hombres, pero en otras habían estado también mujeres (por mi rollo #allmalepanel, que hay que luchar todo el rato contra él, mundo LGTB incluido) que habían tenido que irse por motivos laborales. Nos presentamos, les declaré que soy fan de Arcópoli y les deseé suerte mientras me sentaba al fondo del aula junto a Ana, de espectador, con mi libretita para apuntar. Presentaron la asociación ante los alumnos, contaron una historia resumidísima y se presentaron con su nombre y, muy importante, su orientación. De hecho, uno de los ponentes se presentó como pansexual, que me pareció modernísimo y muy guay para mostrar a los chavales.

Dividieron la clase en grupos de trabajo y empezó el primer ejercicio, que consistía en que cada grupo tenía que definir, por consenso, una serie de términos y exponerlos ante el resto. Aquí ya empecé a emocionarme de verdad, porque los chicos se lo tomaron bastante en serio y hubo algunas definiciones acertadísimas y un nivel de implicación muy muy alto. En mi libreta tengo muchos apuntes, pero para no alargarme demasiado contaré que definieron «salir del armario» como «contar la verdad sobre lo que te gusta». ¿Arte o no?. Se habló además de orientación sexual, LGTBfobia (explicando cada sigla), sexo, género, transexualidad, transgénero, travestismo… subrayaron la importancia de de la negación como tipo de rechazo (el clásico «la bisexualidad no existe») o lo grave de sacar del armario a alguien. El último término, que fue un poco caos, fue «pluma», que es un melón que merecería un libro. Salió a relucir la expansión del machismo a cualquier ámbito, pues hasta para la pluma se piensa solo en hombres con pluma, negando que las mujeres también tienen pluma (o martillo). Quedó claro, además, que la pluma no tienen nada que ver con las orientaciones. Una delicia.

Para la siguiente dinámica, sacaron a 3 alumnos de la clase (yo salí con ellos para ver el funcionamiento). Las únicas instrucciones que recibieron fueron que contaran lo que tenían pensado hacer el próximo fin de semana. Nada mas. Mientras tanto, dentro de la clase les estaban contando que a cada uno de los de fuera se les iba a asignar una identidad concreta y que tenían que adivinar cuál. Cuando entraron los 3 de fuera e hicieron su teatrillo del fin de semana, los de dentro tenían que adivinar qué era cada uno. Hubo respuestas para todo, pero en el caso de la chica hubo casi consenso de que había actuado como una lesbiana, a otro le veían más marica… Cuando les informaron de que no se les había asignado ninguna identidad, comprendieron lo absurdo de considerar que alguien «parece» maricón o es «muy» lesbiana. Un chico dijo que la chica había «gesticulado hombre». LOL.

Para la última dinámica de grupo, uno de los alumnos tenía que ponerse en frente de toda la clase y confesar que era heterosexual. Los demás tenían que preguntarle todo lo que se les pasara por la cabeza, como si fuera algo no ordinario. Preguntaron si estaba seguro, que cómo podía saberlo si no había probado lo otro, si ya lo saben sus padres… preguntas que un hetero jamás tiene que aguantar y cualquier persona que no se identifique como heterosexual recibe como si fueran lo más lógico. Otra vez se pudo comprobar lo absurdo (el viejo truco de cambiar homosexual por heterosexual en cualquier situación) y los alumnos se lo pasaban pipa. El voluntario que salió a responder sobre su heterosexualidad confesó que se había sentido abrumado y un poco agobiado con tanta pregunta. Al final, cuando nos metemos en temas tan íntimos, no debemos exigir, sino preguntar para aprender, y siempre estar dispuestos a aceptar que nadie tiene por qué contarnos nada que no quiera.

La sesión acabó con preguntas, con otro hit: preguntaron por la asexualidad. Pero también cayeron en algún lugar común como preguntar a uno de los ponentes si realmente no se sentía atraído por las mujeres muy guapas. Nada que no se pueda perdonar a gente de 13 años. Los ponentes además compartieron experiencias personales sobre amistad, salidas del armario y relaciones que vinieron muy bien para visibilizar y quitar hierro a la vida.

Al final, la sesión me pareció estupenda, muy educativa, entretenida y fácil. Simple de entender y con un respeto por todas las partes fuera de lo común. Ojalá los gobiernos financiando esto y convirtiéndolo en algo obligatorio. Además, ponemos el foco en los alumnos, que están formándose y construyendo sus identidades y su sistema moral y ético, pero estas sesiones deberían extenderse, con otros contenidos pero objetivos similares, a los profesores y trabajadores de instituciones públicas. Porque la LGTBfobia se aprende, esta interiorizada y la transmitimos a veces de manera involuntaria, sí, pero también se desactiva, se desaprende, se detecta y se corrige.

Sin duda, una de las mejores experiencias de mi vida.

 

 

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