Cuando se acaban las series

Hace un par de semanas que terminó Cómo conocí a vuestra madre y, como cada vez que acaba una serie con una base de fans más o menos sólida, la cosa tuvo miga. No puedo seguir las series como lo hacía antes, así que tardé un rato en ver el dichoso episodio. Intenté (y conseguí, no fue difícil) evitar leer cualquier comentario o texto sobre el tema. Una vez visto el capítulo, no entendía bien la polémica ni los ríos de tinta digital vertidos. De hecho, marqué como favoritos algunos análisis que me apetecía leer tras ver el capítulo y pasé de ellos. Se quedarán en el limbo de los favoritos abandonados. El capítulo fue, en mi opinión, muy coherente con las nueve temporadas de la serie. El giro final, ese que al parecer no gustó, era casi la única salida lógica a toda la historia que nos habían contado. Pero no. Todos a dar su opinión. A indignarse. Se sienten estafados, como si los guionistas y productores de las series se pasaran nueve años encerrados en una sala maquinando la traición a millones de personas desperdigadas por el mundo. Pues chico, no. Lo último que sé es que cuando se edite la última temporada en DVD incluirán un final alternativo. Y más ríos de tinta digital correrán.

En el verano de 2007 estaba pasando una mala época. Acababa de dejar un trabajo que casi me destruye, estaba en un plan de contención de gastos y mi familia y mis amigos se habían ido de vacaciones, dejándome solo y muerto de asco en Majadahonda. Lo único que hacía era comer, ver la tele y estar en internet. Al menos no tenía las obligaciones actuales y podía permitirme algún capricho, pero la situación era terrible. Desde hacía un tiempo, muchos de mis amigos no paraban de comentar compulsivamente Perdidos, la serie que probablemente lo cambió todo. Internet bullía con teorías, la gente lloraba con los finales de temporada y desde fuera (mi caso) se veía como un hype inflado. Gustaba a demasiada gente como para estar bien (toma esnobismo). Me negué a verla, porque había visto los primeros 30 minutos cuando la estrenaron en La 1 (un domingo por la tarde, algo muy raro) y no me decía nada. Pero ahí estaba yo, ese verano de 2007, parado, solo, triste y con mucho tiempo libre, y pensé: «qué coño, paro no hacer nada, mejor ver esto y poder integrarte un poco cuando tus amigos hablen de la isla, los números, Kate y Jack». Y eso hice. En tres semanas me tragué las tres primeras temporadas, a un ritmo frenético que, cuando me quedé sin material, me dejó medio huérfano. Desde ese momento, seguí la serie a la vez que todos y esperé con ansias cuando anunciaron su final. Lo esperé porque al fin terminaba aquello que me había hecho disfrutar tanto. En realidad, no me interesaba el contenido de ese final, cómo cerrarían esa historia bigger than life que a los guionistas, claramente, se les había ido de las manos. Me interesaba que ese disfrute acabara, porque todo necesita un cierre, y esta pasión ya estaba durando demasiado. Vi el final (que me gustó, me pareció bien, normal) y punto. Se acabó. Era algo íntimo, mío, pero yo no tenía ningún pero sobre esa resolución.

Creo que la histeria causada por el final de Perdidos me enseñó precisamente eso, que una obra no depende de su final exclusivamente. En mi caso, una serie (incluso una película, pero eso es más efímero) me tiene que producir placer constante, no un climax final. Me gusta disfrutar del proceso, de los cambios, del desarrollo de sus personajes, de las tramas, de los altibajos. Y, desde entonces, los finales de las series me producen una amarga alegría, porque sé que no volveré a disfrutar de ellas, pero que probablemente aparezca algo nuevo con lo que apasionarme. El final que más me dolió es el de 30 Rock, pero ni siquiera me dolió mucho. Es como recordar a los muertos por las cosas buenas. Y, así que recuerde, he disfrutado también con los finales de Enlightened (que fueron sólo 2 temporadas, pero qué 2 temporadas), Weeds y Fringe. De hecho, el final de Fringe es, quizá, el final que más me ha gustado de todos los que he visto. En apenas un año volveremos a la misma angustia con Mad Men, se acabará. Y esa angustia sólo nos servirá para recordar que todo da lo mismo. Que nunca pasa nada. Que nada es importante. Y yo seré feliz de volver a sentir eso.

Todo sería distinto si en aquel verano de 2007 hubiera tenido un cargamento de Sabor de Soledad

Todo sería distinto si en aquel verano de 2007 hubiera tenido un cargamento de Sabor de Soledad

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