Breve historia de mis lecturas. De más a menos. De listo a tonto.

Cuando llega el Día del Libro (aquí también Sant Jordi, aunque tengo dificultades con las tradiciones en general y con las que no he mamado desde pequeño en particular), toca reflexionar sí o sí acerca de nuestros hábitos, de la cultura que devoramos (me niego a consumirla) y de cómo hemos cambiado. Bueno, no es obligatorio, soy un exagerado, pero me han entrado ganas. Mi amiga Ana ha compartido en Facebook un texto maravilloso que José A. Pérez ha escrito en su blog Mi Mesa Cojea sobre los niños raros, esos que, aparte de muchas otras cosas, leen. Ya lo he dicho, el texto es maravilloso, e imagino que muchos nos hemos sentido identificados en, al menos, un párrafo. También diré que la cita de John Waters de no follar con gente que no tenga libros está muy vista y que hay que buscar otra. Por mucho que mole y mucha verdad que encierre. Pero aparte de esto, me ha gustado mucho también la rápida reflexión de Ana:

Captura2

 

1)que aunque de pequeña leía mucho (mucho más que ahora) tuve suerte (por lo visto) y no fui una niña rara

2)que pensándolo, quizá habría molado ser rara

3)que vivan los niños raros, porsupu.

 

De pequeño, al parecer, era un niño raro. Me gustaba mucho dibujar y leía todo lo que pasaba por mis manos, tanto libros como tebeos. Recuerdo terminar un libro, alucinar con lo que acababa de pasar y acto seguido volver a la primera página y empezarlo de nuevo. Matilda, de Roald Dahl, me lo leí al menos 3 veces seguidas. Y lo releí varias veces años después para comprobar que seguía ahí. Recuerdo, con 12 años o así, empezar a leer Los Niños del Brasil y quedarme tan impactado en mi inocente mente juvenil con aquello que no pude dormir y me lo terminé esa misma noche. Recuerdo buscar extractos de La Historia Interminable para deglutirlos lentamente. Y aquellas horas de lectura obligatoria en el colegio, en la biblioteca, que consistían en sentarse y leer durante una hora a la semana, y esperar esa hora con algo cercano a la ansiedad. Muchos de mis compañeros preferían dedicarse a hablar, a hacer que leían, y yo no entendía nada, ¡tenían una biblioteca a su disposición! ¡miles (bueno, igual cientos, que era un cole público y la biblioteca pequeña) de historias por descubrir! De hecho, recuerdo también que había una chica en mi clase, Clara, a la que no tragábamos y a la que conocí y, sobre todo, empecé a respetar en esas horas de lectura: ella leía mucho y nos recomendábamos lecturas. También me gustaba jugar al baloncesto y ver la tele. Era bastante extrovertido.

Con el tiempo, dejé la extraversión sólo para mis amigos y familiares. Los dibujos fueron relegados a los momentos de aburrimiento en clase. El baloncesto era un deporte y pronto me di cuenta del asco que me daban los deportes en sí. Leer y ver la televisión fue lo que me quedó, además de dos nuevas pasiones: tocar la guitarra y escribir. Cuando llegué al instituto conocí a Pilar, con la que compartí pupitre 3 años, y gracias a ella entré en el apasionante mundo de la literatura para adultos. Ella era (es) una lectora voraz, inquieta y crítica. Atrás quedaban Dahl, Maria Gripe, Christine Nöstlinger, Mira Lobe y llegaron Nabokov, García Márquez, Cortázar (cuentos, todavía no he sido capaz con Rayuela), Orwell, John Kennedy Toole, Truman Capote. También a las lecturas obligatorias de literatura en español que disfruté como un enano. Y gracias al itinerario de Humanidades (las matemáticas, el orden y la razón son mis enemigas), a las tragedias griegas, y al Asno de Oro, y a la Odisea y a la Ilíada. Cuatro años más de libros.

En la universidad empecé con el ensayo y otras literaturas hasta entonces desconocidas para mí, algo de ciencia ficción y los jóvenes autores del momento (Douglas Coupland y Brett Easton Ellis principalmente), además de libros sobre cine a mansalva. No sé cuándo pasó (no sé si antes o después de terminar la carrera), pero algo pasó: llegó un momento en el que mi lectura ya no era constante. Iba, venía, aparecía y se esfumaba sin avisar. En cuatro meses me leía 6 libros, luego estaba dos sin tocar uno. Probablemente tenga que ver la noche e internet, pero el principal culpable de esa falta de disciplina soy yo, está claro. Y eso es lo que me ha gustado de la reflexión de Ana, el primer punto, porque es cierto (aunque es triste): que de pequeño leía mucho más que ahora. Y de adolescente. Y de joven. Y ahora que no soy joven, no leo apenas. Quizá leo más que esa inexacta media española. Pero no me basta. Ya está bien. Esto tiene que cambiar. Que alguien me salve, o no, porque realmente todo está en mi mano.  Prometo leer más libros.

No tengo autoridad para recomendar libros, y menos en esta situación de lectura precaria en la que me encuentro. Solo diré que los dos libros (qué vergüenza, dos) que he leído en 2014 me han gustado mucho y que tratan sobre lo mismo. Son Música Moderna de Fernando Márquez y Grandes Éxitos de Patricia Godes.

 

 

Comments
One Response to “Breve historia de mis lecturas. De más a menos. De listo a tonto.”
  1. Me alegro que un comentario hecho en 30 segundos, justo antes de mi primera clase del día, te haya hecho reflexionar sobre tu propia trayectoria lectora!! Afortunadamente, yo sigo leyendo todos los días, aunque la dura verdad es que la vida adulta, por diversas razones, cercena el tiempo del que disponemos para ello. Aún así, y como recomendación de amiga, te diré que algo muy guai que puedes hacer para volverte a crear el hábito, y retomarlo con ganas, en meterte en un Club de Lectura. O mejor aún, montar uno 🙂 (yo ahora estoy en dos, uno aquí en La Paz y otro en Madrid). ❤

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